Thursday, October 25, 2007

El Rey que lloraba Oro



El heredero de su reino, el príncipe de un prospero pueblo. Aplomo de coraje y valor. Joven promesa en la lucha y en la sabiduría para proteger y dirigir a una nación.
Todo eso no basto y el joven rey se derrumbo y maldijo dicho titulo. Ello significaba la muerte de su padre, de su maestro, de su rey.
La ciudad, antes dicha en jolgorio y bullicio, se torno desierta de murmullos. Vacía de risas e historias.
El bosque que rodeaba a la ciudad de piedra apago sus colores. El sol, inundado de igual tristeza, se oculto tras un manto de nubes impenetrable y oscuro, denso y cargado de lágrimas.
Y las gotas lo humedecieron todo, en un día muerto.
Pero algo brillo a los pies del príncipe, del rey. Sus lagrimas, se dio cuenta, eran diferentes. Rodaban templo abajo, hacia su pueblo, que, al comprobar también de que se trataba, despertaron a su voz y a su júbilo, levantando al cielo sus manos llenas de lágrimas de oro.
Ensalzaron a los dioses, dieron gracias por compensar la muerte de un rey con tan grandioso milagro.
Y el rey sonrió al ver a su pueblo feliz.

Pero llego la guerra con el reino vecino. Con ella el hambre, las viudas y los huérfanos haciendo de las calles sus hogares.

Tal fue la tristeza al ver su ciudad en ese estado, al mirar a la cara a la propia desesperación, que volvió el rey a derramar lagrimas de oro.
Pero no las suficientes.
En ese mundo de decadencia fue su esposa una de las victimas.
Y lloro.
Su pueblo le dio la bendición de nuevo, pero esta vez el rey no sonrió. Bajo sus pies la ciudad volvía a brillar, a cantar.
Pero el oro no fue suficiente, el pueblo, con el terror del enemigo mas cerca que nunca, quiso mas.
Codicia, miedo, ausencia de razón.
Fueron los hijos del rey quienes siguieron a su madre, y después los hermanos, los primos, uno a uno murió en extrañas circunstancias.
El rey colmo de lágrimas, más que nunca, a su ávido pueblo.
Pero quisieron más…
Y el su templo oscuro, solo y con su alma herida de muerte. Sin sus herederos y sin su amada, vio avanzar a las sombras hacia el. Lo torturarían, le harían sufrir para conseguir que dejara caer mas lagrimas. Lo harían sufrir como al planear y asesinar a su familia, a toda su familia.
Y en ese instante, desde lo alto del templo, se lanzo al vacío, sin importarle y el final, por que este, hacia tiempo que ya lo había alcanzado.
Cuando toco el suelo estallo en una inmensa ola de oro. Fue un río desbocado, una supernova que alcanzo a la ciudad por completo y la inundo de luz, la como de riquezas. Todo se dejo convertir, las paredes, los árboles, el agua de las fuentes, la carne de sus habitantes, todo se petrificó. Todo se vistió de oro.
Y fueron oro para siempre. Y así, como figuras, como estatuas, habitaron esa ciudad dorada para toda la eternidad.
Y dicen que la maldición que en la ciudad anida, convierte en oro a la persona que toque sus paredes o sus estatuas, a la persona que la mire, descubriendo sus doradas torres y su reluciente palacio real entre la selva y, sobre todo a cualquier mortal que la anhele.

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